Por Leticia Maldonado y Mariana Valdez
Seguramente
todos conozcamos su nombre, porque lo hemos trabajado en la escuela o leído en
nuestras casas.
Quiroga
comenzó a escribir alrededor de los quince años de edad. Su repertorio incluyó
poemas, obras de teatro, artículos, novelas, aunque su especialidad eran los
cuentos.
Tal
vez estos no fueran muy aptos para niños, ya que su sentido es muy profundo y
oscuro. Estos relatos se desarrollaban en la selva de Misiones, donde él vivió
gran parte de su vida. Su obra fue un reflejo
del sufrimiento que experimentó, debido al gran número de muertes
trágicas de sus seres queridos.
Se
casó dos veces, la primera con Ana María Cires, con quien tuvo dos hijos: Eglé
y Darío. Vivió con esta primera familia en la selva, hasta
que su esposa se suicidó. A partir de ése suceso, se mudó a Buenos Aires, donde
conoció a su segunda esposa, María Helena Bravo, con quien tuvo a
su tercera y última hija, Pitoca. También con ellas vivió en la selva.
La
vida en la selva lo hacía feliz. Sus días allí transcurrían de buen humor,
enseñándoles a sus hijos a ser fuertes para poder defenderse en la vida, pero más
que nada, trabajando en sus inventos, que iban desde ropa hasta una estufa a
leña, y emprendimientos como el vino de naranja. Él mismo construyó su casa,
cuyo perfeccionamiento fue la tarea a la que dedicó mayor parte de su tiempo.
Desafortunadamente,
a la edad de cincuenta y nueve años fue diagnosticado de cáncer de próstata,
enfermedad que lo había deteriorado tanto física como emocionalmente. Luego de
haber estado internado cinco meses en un hospital, decidió suicidarse.
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